REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

 TRADICIÓN, VOCACIÓN Y APRENDIZAJE EN EL ARTE DE LA PINTURA   

 DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL ILMO. SR. D. FRANCISCO GARCÍA GÓMEZ COMO ACADÉMICO NUMERARIO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

Sesión pública y solemne que tuvo lugar el 29 de enero de 1999 en el Salón de Actos de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

 CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN - JUNTA DE ANDALUCÍA

FUNDACIÓN EL MONTE

FUNDACIÓN FONDO DE CULTURA DE SEVILLA (FOCUS)

Excmo. Sr. Presidente

llmos. Sres. Académicos

Dignísimas Autoridades

Señoras y Señores:

   Quiero que estas mis primeras palabras sean de gratitud a esta ilustre Corporación que ha tenido a bien elegirme para formar parte de ella como miembro numerario. He de confesar mi satisfacción por este nombramiento, por cuanto ello viene a significar para mí. Desde hace muchos años me siento muy vinculado a esta Real Academia a la que tengo especial cariño y de la que recibí en no pocas ocasiones el reconocimiento a mis tareas como pintor.

   Pido perdón por la demora en leer mi discurso; fui propuesto en 1.989 por mis compañeros D. Miguel Gutiérrez Fernández, D. Armando del Río Llabona, y D. Juan Cordero Ruíz. De entonces acá han pasado muchos días y la Academia ha sido benevolente en la espera, lo cual agradezco, si bien he de decir en mi descargo que en estos años cumplí con la mayor diligencia cuantas tareas me fueron encomendadas procurando servir a la Corporación lo mejor posible. Los artistas solemos ser indolentes y no descarto en este caso un cierto pudor a la hora de presentarme ante ustedes.

    Me acerco a ella pues, con la modestia de quien sabe que otros lo merecieron antes, pero con la ilusión de seguir poniendo en mi tarea todo mi entusiasmo y mi dedicación.

   A ella pertenecieron ilustres artistas, historiadores y estudiosos - algunos tristemente desaparecidos- de los que recibí ejemplar magisterio, pues ejercieron como docentes en esa otra entidad, la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, en la que me gradué y formé como profesional.

   Y precisamente es a uno de ellos, D. Sebastián García Vázquez, ilustre antecesor en este sillón que hoy vengo a ocupar a quien quiero dedicar un sincero recuerdo.

   Poco puedo añadir que ayude a esclarecer su imagen que no se haya dicho ya; otros compañeros glosaron su persona y su obra con toda brillantez por lo que mis palabras no pretenden otra cosa sino reafirmar a través del contacto personal que con él tuve su perfil artístico y humano.

   Recuerdo a D. Sebastián con especial afecto. Lo recuerdo no sólo como maestro sino como amigo, pues con el paso de los años eso habría de ser, un amigo con el que conversé no solo de arte sino que escuché sus conceptos y opiniones sobre materias de diversa índole que él exponía con su característica sencillez. Muchas son las remembranzas desde aquel lejano día en que entré como alumno en su Cátedra de Dibujo o del Natural en Movimiento, Yo conocía su pintura pero no le conocía a él. Después de hacerlo y con el paso del tiempo su figura y su personalidad fueron adquiriendo dentro de mí su verdadera dimensión.

   La obra de García Vázquez responde a una postura de autenticidad poco común; su paleta clara, su técnica diáfana y sencilla son las armas con las que el pintor supo retratar como nadie los campos y los hombres de su querido pueblo allá por las lejanas tierras del Andévalo.

   De la mano de su padre llegó muy joven a la ciudad de Huelva donde recibió enseñanza de aquel gran pintor que fue el extremeño Eugenio Hermoso. D. Sebastián lo relata con su estilo sencillo y no exento de gracia, en una disertación que dedicó al maestro con motivo del Centenario de su nacimiento.

   Tras esta primera experiencia, habría de continuar su andadura artística que le llevaría a ingresar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Femando, donde obtuvo el Profesorado.

   Dificultades económicas le obligaron a ejercer otros oficios, pero al fin lograría avecindarse en Sevilla donde en su escuela Superior impartiría docencia durante largos años, al ganar la Cátedra de Dibujo del Natural en Movimiento en 1943. Con anterioridad había obtenido varios galardones, entre ellos la tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes y más tarde la primera en el año 1934. En su extraordinaria modestia a D. Sebastián no le gustaba que se lo recordasen.

   En 1949 fue elegido Miembro de Número de esta Real Corporación, donde colaboró felizmente hasta su muerte, pues he de decir que a sus extraordinarias dotes de pintor unía otra faceta: la de ser un narrador ocurrente, ameno y perspicaz; sus escritos poseen una agudeza y una claridad de conceptos poco comunes. Su prosa contiene la gracia del relato espontáneo. En las dos vertientes, la artística y la literaria D. Sebastián fue un feliz cantor de su tierra.

   Pero no quiero pasar de este recuerdo sin glosar de manera breve su actividad como docente. Sabemos cuan difícil es enseñar cuando se toma como oficio y mucho más en un terreno tan resbaladizo como es el arte; Transmitir conceptos, corregir y convencer al alumno de aquello que es bueno para su formación no se logra fácilmente. Cada alumno es un mundo distinto y aparte; Captar su atención es tarea muy dura para la que toda dedicación es poca. Digo esto porque sé que hay quien piensa que la enseñanza es divertida y no requiere responsabilidad. Nada mas lejos de esto. Sebastián García Vázquez es un claro ejemplo de ello: parco en la palabra, de talante sencillo, lejos de cualquier grandilocuencia o de falsas retóricas sabía sin embargo emplear el término justo, la corrección exacta. Defensor como nadie de mirar el natural antes de trabajar, se colocaba ante el dibujo que estábamos haciendo y adoptaba una actitud pensativa. De un golpe de vista captaba el posible error. Un leve temblor en la línea apenas milimétrico hacía que el dibujo pasase de una actitud pesada y estática a otra llena de fuerza dinámica. Todo esto dicho sin alterar la voz, sin violentar el gesto casi en un leve susurro, porque la corrección en arte es precisamente esto: claridad y sentido común, de tal modo que el aprendiz de artista comprenda fácilmente y el más escabroso de los caminos se convierta de la mano del maestro en amable paseo.

   De tanto observar el natural, de vivirlo profundamente, D. Sebastián llevaba dentro de él la luz y las formas de su tierra y de sus gentes. Recuerdo cómo delante de uno de sus paisajes donde la luz del estío estaba lograda de forma bellísima, al preguntarle cuantas sesiones había empleado me contestó: No lo recuerdo, además esta pintado de memoria. Entonces comprendí cuan importante es observar el natural. Me di cuenta de que muchas veces estamos ante él y no lo vemos. Fue un ejemplo que no olvidé jamás y que aún hoy procuro transmitir a mis alumnos.

   Me siento orgulloso de sus enseñanzas y de haber sido su discípulo. Guardo como uno de mis más queridos recuerdos un catálogo suyo en el que escribió: «A Francisco García Gómez, un alumno mío difícil de olvidar».

   Hoy al ocupar su puesto siento una gran tristeza por el maestro desaparecido, por el amigo al que no podré escuchar más. Procuraré sustituirle con toda la honradez y dignidad de que soy capaz, pero por supuesto será muy difícil igualarle en su bondad, en su maestría y su sencillez.

   Y como Dios y las circunstancias han querido que aparte de dedicarme al ejercicio de la pintura lo haya hecho en el campo de la docencia, quiero hacer algunas reflexiones sobre tan noble y a veces ingrata tarea por cuanto debe llevar aparejados no pocas veces el sentido del deber y el amor por la enseñanza como vehículo transmisor no solo de la creación sino de los valores tradicionales.

   Pasando por alto el definir o intentar definir la tan traída y llevada idea de «qué cosa es el arte» y habiendo sido éste camino por el que han discurrido hombres con más sabiduría que yo, sí pretenderé precisar el que he tomado como pintor y por el que pienso me pueden aguardar aun algunas sorpresas.

   Dice Bernard Berenson en su «Estética e Historia en las Artes visuales»: Todo individuo que siente la necesidad de una sociedad humana debe aprender a tener conciencia de su responsabilidad hacia el Arte, casi tanto como hacia la vida. Y más adelante: .... Esto puede realizarlo solamente si se toma la molestia de educarse a sí mismo para el mundo ideado, así como lo hace para el mundo real.

   Para todo artista el lugar de su cuna es algo vital, el sitio donde llevará a cabo sus primeros balbuceos de la mano de aquellos que han de enseñarle, a los que toma por maestros y han de transmitirle sus ideas y su saber.

   Me defino como un hombre nacido en la baja Andalucía a la sombra de una ciudad, Sevilla, que es resultado de muchas y muy ricas culturas que aquí se desarrollaron y crecieron hasta alcanzar momentos de esplendor inigualables. Dice Joaquín Romero y Murube en su delicioso libro «Discurso de la mentira»: Sevilla como tipo de cultura, o mejor dicho, como expresión de un concepto en el orden de la inteligencia, es multiforme y copiosísima.

   Este resultado nos ha llevado a poseer una rica tradición en todos los campos, impregnándose unos de otros hasta llegar a lo que hoy nos define como pueblo. Tradición que ha sido celosamente guardada por las escuelas y sin cuya tutela no hubieran podido crecer y desarrollarse las ideas, llevándolas con la ayuda del talento, la perseverancia, el genio y no pocas veces la tolerancia, a sus más espléndidas consecuencias.

    Considero pues para todo artista como principio de vital importancia en su formación mirar hacia atrás, mirar a los maestros, respetar la tradición. Así que señalo varios factores condicionantes para la obtención de toda obra artística y hacerla lo que Berenson llamó: «Intensificadora de la vida». Tradición, vocación, aprendizaje, dedicación y naturalmente, talento.

    El respeto a la tradición nos llevará a definirnos y a formar de este modo nuestra personalidad.

    En este punto no puedo evitar el sentirme atraído por ciertos ciclos que hacen de la historia de nuestra pintura que sea más universal, pero esto ocurre precisamente cuando se puede hablar de un arte personal, cuando los aglutinantes de la obra se combinan y dan lugar a lo rotundo, lo espléndido tanto en su forma como en su contenido. Y uno de ellos es la escuela Sevillana del siglo XVII que florece precisamente en momentos tan significativos en nuestra cultura como nación.

    Nunca se dieron unas condiciones tan favorables como las que rodearon y propiciaron ese fenómeno inigualable del Renacimiento italiano que habría de ser viajero y transmisor de un concepto estético sin par. Nuestra pintura tocada por el eclecticismo parece que aguarda pacientemente este audaz paso del arte que no surge sino de una mirada atrás en la historia, para reafirmar unos conceptos que habrían de ver la luz a través de las caras de un nuevo prisma: Este es el Humanismo y no faltan los artistas que apareciendo en una singular sucesión lo harán posible. Se trata sencillamente de dejar de lado la herencia inmediata y reafirmar el valor indiscutible de la estética griega.

    En palabras del crítico y ensayista inglés Samuel Johnson «Casi todo lo que nos pone por encima de los salvajes nos ha llegado de las costas del Mediterráneo».

    Pero es preciso no copiar, crear un nuevo modelo, hacen falta en suma los hombres que han de recrear el arte y estos surgen en forma arrolladora. Poderosos dominadores de la materia, ágiles descubridores de nuevas fómulas, incansables investigadores, nada escapa a ellos y abren las puertas del Paraíso como un día lo hicieron los griegos a un mundo que habría de mirarlos para siempre intentando comprender este milagro.

    Como he señalado antes, para que la obra de arte tome forma definitiva necesita de varios agentes integradores y uno de ellos es el aprendizaje. Toda obra de arte transmite sensaciones a través de un medio material, pero desgraciadamente este medio es frágil, tan frágil que sabemos que tarde o temprano el tiempo lo hará desaparecer. Uno de los problemas que agobian al artista desde el principio es dominar la materia pues solo ella le ayuda a ser portadora de aquello que quiere decir. Conocemos de Apeles lo que nos cuentan, pero no podremos verlo jamás. De la gran escultura griega solo nos han llegado copias romanas y muchas obras que hoy admiramos incluso más cercanas a nosotros en el tiempo se hallan en un triste proceso de degradación.

    Sin embargo uno de los mayores goces que produce la obra de arte es la exquisitez de su ejecución. Esto se consigue con la técnica y no habrá nunca un gran arte si no está bien ejecutado. La técnica no hace sino facilitar el mensaje y en cierto modo asegurar su supervivencia. Mientras hay cuadros de pintores muy próximos a nosotros en trance de desaparición aún podemos admirar en todo su esplendor los temples de Fray Angélico o los vasos griegos que tuvieron la suerte de escapar a otro agente más destructor: El hombre.

    La materia como medio expresivo y la técnica para dominarla. Para llegar a esto, el duro proceso del aprendizaje. ¿Y que es aprender?. Una curiosa asociación de varios factores y al primero de ellos lo llamaremos vocación. En el caso del principiante, sabemos que resulta a menudo desalentador asistir al panorama que se le ofrece si se detiene a contemplar la obra de algunos pintores que llaman consagrados. ¿Para que el rigor en la técnica?. ¿Para que un aprendizaje?. Hoy día se permite el acceso a la práctica de la pintura a cualquier mediocre aficionado que enseguida presumirá de autodidacta y no faltará quien le anime y elogie su obra, sin importarle para nada dónde ni cómo se formó. Los modernos sistemas de enseñanza hacen llegar al que quiere ser artista toda la gama de estilos ante sus atónitos ojos haciéndole creer que en quince días será capaz de pintar un cuadro. Qué falta de respeto hacia un arte que Leonardo consideraba el primero y más difícil de todos. Publicaciones, textos, profesores, se suceden sin que nadie parezca indicarle qué camino tomar. Los maestros son muchos y esta situación corre el riesgo de volverse peligrosa para él.

    Sin embargo tiene sus ventajas; en tiempos pasados cuando el joven aprendiz entraba en el taller de un maestro, sus primeras obras cuando le era permitido realizarlas, tenían claramente marcado el sello del que lo había enseñado, es más, sus primeros cuadros solían ser copias. Leonardo da Vinci oculta su mano en alguna obra de Andrea Verrocchio por ejemplo. También observé este fenómeno en algunos de mis maestros Sevillanos. Juan Rodríguez Jaldón, ejecutor de exquisitas luces llevó en algún momento a sus cuadros la impronta de Gonzalo Bilbao y seguiría con otros ejemplos en los que no creo necesario detenerme. Sin embargo, ya en mí mismo comenzó a darse la circunstancia que antes apunté. Al ingresar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, y tener la oportunidad de recibir la enseñanza de muchos profesores cada uno de los cuales poseía su personalidad, pasé por un momento de desorientación que debí superar reaccionando de un modo favorable a mi parecer: y fue tomar de cada uno de ellos lo que podía ser más afín a mí sensibilidad. Frente a la sobria paleta de José M' Labrador, a las formas rotundas de Juan Miguel Sánchez, extraordinario moralista y conocedor de los procedimientos pictóricos, el color exquisito e intimista de Alfonso Grosso, la luz evocadora de Sebastián García Vázquez o el profundísimo conocimiento del dibujo o de Miguel Pérez Aguilera. Y tras la práctica con ellos, la visión que me ofrecía la historia del arte donde comencé a observar el rompimiento con el pasado a través de revolucionarios e innovadores movimientos y sus creadores, tales como Kandinsky, Picasso los fundadores de Bauhaus, el Dadaísmo, Futurismo etc.... No puedo olvidar al llegar a este punto las inolvidables clases magistrales en el campo de la Historia del Arte que recibí de D. José Hernández Díaz y D. Antonio Sancho Corbacho.

    Pero no cabe duda que solo tomando una posición de clara sinceridad con uno mismo pueden obtenerse resultados satisfactorios. Es así como empecé a notar la poderosa atracción que ejercía para mí el arte de los maestros de siglo XVII como culminadores de los conceptos renacentistas. Esta idea se reafirmó cuando tuve la oportunidad de verlos en su Italia natal, en la que ellos trabajaron y desarrollaron su arte exquisito.

    Rodeado por el ambiente de mi ciudad y mi escuela esto es comprensible. Sevilla es una ciudad que vive un esplendor increíble en el sigo XVII, es una ciudad barroca por encima de su herencia árabe y romana y su historia está llena de leyendas. «Observemos a Sevilla, blanca, prieta y armoniosa, como un cuerpo indolente, sobre las márgenes del río.» son también palabras de Joaquín Romero Murube. Esta indolencia a la que alude el poeta, llevó a otro sevillano ejemplar, que llevaba a su ciudad en el alma a dejar escrito: «A Sevilla, tan antigua, tan dormida en su antiguo prestigio, tan sorda a las llamadas de alarma no le vendría mal una sarta de nuevas leyendas, como explicación de su razón de ser y de sus sinrazones.», me refiero a Manuel Ferrand, a quien tanto quise y de quien tanto aprendí. No puedo evitar este entorno solamente igualado, cuando al obtener la beca Velázquez, paseo por otra ciudad esplendorosa: Florencia. Pero si Sevilla es una ciudad eminentemente barroca, Florencia es una ciudad renacentista.

    Como sevillano mi sensibilidad me lleva a amar instintivamente las formas bellas, no admito el concepto de lo feo, yo diría, de aquello que lleve de cualquier manera el sello del mal gusto. Todas las manifestaciones del pueblo del que formo parte están marcadas por un sentido del buen gusto, del buen hacer ordenado clásicamente. Nuestra imaginería lleva la impronta de lo clásico, nuestros pintores no pueden evitar ese canon, nuestros arquitectos ordenan el barroco con el más absoluto rigor, nuestros orfebres rivalizan en el arte de repujar y cincelar los metales llevándolos al mas rico decorativismo nuestros alarifes conocen todos los secretos de la carpintería de lo blanco. Y qué decir de los bellísimos Pasos que procesionan en nuestra Semana Santa, son una creación del pueblo de Sevilla que cada año se recrea en mejorarlos, cuidando cada detalle, quitando lo que estorba, añadiendo lo que falta, hasta conseguir en muchos casos rozar la perfección tanto en sus proporciones como en su contenido. Escultores, orfebres, tallistas, cereros, floristas carpinteros, bordadoras, doradores nos dan una lección de buen hacer salvando en muchos casos profesiones artísticas que en otras partes han desaparecido o están en trance de desaparecer.

    Cuando Zurbarán por ejemplo, policroma algunas de las tallas de Martínez Montañés, este concepto le lleva a detalles reveladores: el Cristo de la Clemencia de la catedral Hispalense es una prueba de ello. Con la belleza de un Apolo, en su policromía magistral apenas si aparece el detalle sangriento y una extraña espiritualidad emana de él que nos mira desde arriba, según cláusula del encargo. Es la interpretación de Dios como hombre por encima del hombre, exactamente igual que hace Velázquez en su crucificado del convento de Benedictinas de San Plácido en Madrid. A pesar de la distancia que los separa los dos maestros coinciden. Nuestras Vírgenes Dolorosas no comparten el sentimiento trágico de las castellanas sin quitar a aquellas su alto contenido expresivo y su extraordinaria calidad plástica. Murillo por fin eleva este concepto a sus más altos valores compitiendo en su exquisita ejecución con la elegancia de un Van Dyck, y Juan de Valdés Leal nos deja en sus impresionantes lienzos de la Iglesia de la Caridad el más desgarrador de los realismos en una versión estremecedora de las Postrimerías y todo ello apoyado en un agente portador: la técnica. Virtuosos de ella, estos hombres del barroco no tienen secretos para la interpretación de las formas. Cierto que nuestros artistas habían vuelto su mirada a Italia, pero tras un arte importado surge la liberación estallando por fin el genio, universalizando nuestro arte, dándole personalidad. Y sería preciso hablar de otra Escuela cuyos portentosos resultados habían hecho aparición en Europa, me refiero a la Flamenca, que pese a tener su origen en un país tan distinto del nuestro obtendría unos resultados similares. La pintura al óleo que un día sorprende a las cortes europeas de la mano de Van Eyck, alcanza con Rembrandt y Vermeer de Delft su punto culminante en cuanto al dominio del color y sobre todo de la luz.

    Pero los caminos del arte comienzan a declinar si no es haciendo la salvedad de genios como Goya que había de sentar mas tarde las bases del arte moderno. Tras estos siglos de esplendor la pintura decae, se amanera y dejando de un lado las posibles causas sociales siente que todo el edificio se desmorona, la técnica se empobrece, el contenido y las formas esenciales al cuadro pierden interés. Es preciso esperar de nuevo el advenimiento de las ideas que han de nutrir los presupuestos del arte. Surgirían los aires renovadores del impresionismo, esta vez en París y el largo camino que nos lleva hasta nuestros días donde presenciamos el panorama más desconcertante. La sucesión increíble de movimientos y artistas que desfila ante nuestros ojos ampliada y desorbitado por la enorme difusión de los medios.

    No es mi intención el demostrar mis conocimientos de la historia, sino como hice saber al principio justificar mi concepto de la pintura, así como el camino que he seguido y su práctica, reafirmándome en ello. ¿Cuál debe ser la postura de un artista ante esta situación?. ¿Cómo ha de plantearse las líneas que definan su trabajo?.

    Hice notar que observando mi obra se podría deducir que soy un realista, es decir que mi trabajo va encaminado a una visión «realista» de los objetos.

    Hago una salvedad respecto del llamado hoy realismo. Existe todo un movimiento hoy día y se habla de «nuevo realismo», «otro realismo», «realismo mágico», «realismo fantástico e incluso de «hiperrealismo». En manos de estos pintores las cosas han sido vistas en su desoladora realidad de forma cruel en algunos casos, buscando poesía al hecho cotidiano que algunas veces resulta desagradable, retratando -valga la expresión- el mundo que les rodea con la visión de una lente fotográfica.

    Pues bien, frente a este «trompe loeil» que por cierto también tiene sus antecedentes he situado mi obra, pensando en que la realidad siempre estuvo frente a nosotros pero hacía falta ofrecerla en otro papel.

    Frente a los hiperrealistas tengo mis prejuicios. Si comparo la visión de estos con el realismo del XVII observo que aquellos maestros tuvieron acceso a los objetos de igual modo, pero los cambiaron ofreciéndonos una visión distinta de ellos, una visión creadora. Digamos que fueron más allá del objeto, recreando la realidad, dándonos lo mejor de ella, seleccionándola. Según Ortega y Gasset: Hacer del realismo «irrealismo», el proceso está en una destreza negativa, es decir: prescindir.

    Así que planteo mi obra desde una doble vertiente: de un lado los componentes que intervienen en la ejecución de un cuadro, los cuales son: dibujo, composición, color, materiales y técnica. De otro la solución plástica, a la que deben llevarme la combinación de todos ellos y a los que pretendo transmitir mi personalidad. Un cuadro es un soporte plano sobre el que aglutinando estos elementos y combinándolos de forma adecuada se consigue una sensación ilusoria. El espectador debe ser llevado al terreno que el artista desea o de otra forma habrá fracasado.

    La pintura para mí ha de tener el valor de lo eterno en la medida que el hombre sea capaz de ello, y sé perfectamente en lo más profundo de mi ser que cada vez que me pongo ante el caballete no debo mentir, buscando una y otra vez a través de mis conocimientos y mi sensibilidad el dotar a mis cuadros de la belleza necesaria para lograr el interés de quien los contemple. Si lo he conseguido tendré la satisfacción de haber cumplido la tarea que me propuse.

    Para terminar y como tienen establecidas las normas de esta Academia, debo hacer entrega de una de mis obras.

    Espero cumplir con ello dignamente. Para esta ocasión he elegido un tema con el que pretendo dedicar un modesto homenage al más grande de los pintores en nuestra tierra; me refiero naturalmente a Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, del que se cumplen ahora cuatrocientos años de su nacimiento. Su obra no necesita ningún tipo de elogio. Ha sido criticada, estudiada hasta la saciedad y es conocido de todos cómo muchos artistas se sintieron atraídos por ella; Goya, Manet, Picasso, Bacon y muchos mas bucearon en sus cuadros obsesionados por su talento. Sin pretender acercarme a tan ilustres maestros, he elegido una interpretación personal de las varias que he hecho sobre una de sus más grandes obras realizada en la plenitud de sus portentosas facultades: se trata del retrato de Inocencio X, el Papa Doria, que causó la admiración de cuantos lo contemplaron. El mismo Pontífice dijo ante él la ya conocida frase «Troppo vero» y el pintor Reynolds lo consideraba como la más admirable obra que jamás había visto. Precisamente el inglés Francis Bacon estuvo obsesionado con él hasta el punto de realizar diversas versiones del mismo.

    Como veis es una obra de marcado carácter expresionista que se aleja quizás de los postulados que sostengo. No es obra amable, es una incursión que imagino dentro de lo que pudo ser el mundo velazqueño: Un mundo de enanos, de bufones, de reyes, de meninas .... un mundo que contrapone la visión real de los personajes al ideado por el maestro. Os pido que no veáis este cuadro como un acto ni de soberbia ni de osadía, pues de sobra sé que es imposible acercarse a su grandeza, sino de humildad y admiración hacia el hombre que nacido a dos pasos de aquí elevó el arte de la pintura a cimas jamás alcanzadas para gloria de Sevilla y de los sevillanos.

    He dicho.

Francisco García Gómez